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El mundo sin El Mundo: ¿un lugar mejor?

Esta es la pregunta que cabe hacerse tras leer entre las páginas del tal diario los siguientes fragmentos, hilvanados a raíz de la muerte de José Antonio Labordeta:

Salvador Sostres… Descanse en paz, amén, y todas esas cosas en las que él no creía pero que espero sinceramente que Ellas sí crean en él.

… es muy lamentable que todos nuestros cantautores sean comunistas.

… Todo este gusto por lo rural y por el “contacto con la naturaleza” no lleva a nada bueno. Reblandece los espíritus y nos vuelve coñazos y cursis. Además de profundamente insinceros. Hay demasiados bosques, demasiados caminos, demasiadas rutas. En la mayor parte del territorio español falta asfalto, casinos, cines, bares que cierren tarde con pianistas imposibles. Faltan coctelerías, grandes restaurantes, carreteras como Dios manda, túneles para no tener que dar tantas vueltas. Todos esos inquietantes paisajes por los que Labordeta caminaba remiten al atraso, a lo ancesatral, al tercermundismo de donde venimos. Hay que llevar la civilización a todos los rincones de la geografía de los países avanzados. Es barata y de cobardes la retórica de los pajarillos que cantan por la mañana. Hay que ponerse a trabajar, abolir el campo y crear más y más ciudades. Como una higiene. Como el gran pacto de usar desodorante.

…. No hay nada tan peligroso para la salud pública como los productos que vienen “directamente de la granja” y que incluso presumen de no haber pasado por ningún tipo de control. Nada. “Directos de la granja”. Esos huevos “directos de la granja”, ¡cuánta salmonela han dado, cuántos retortijones, cuántas noches en las urgencias de los hospitales pensando que de tanto defecar se te iba a escapar hasta el cerebro!

Labordeta fue siempre un buen hombre. Un buen hombre totalmente equivocado, pero un buen hombre. Su “puño cerrado” y en alto del que tanto presumía fue siempre un escarnio a los millones de muertes que su ideología ha causado. Sus canciones van a sonar por última vez el día de su funeral y tal vez en algún documental de La 1 cuando dentro de muchos años vuelvan a mandar los socialistas.

Su ruralismo de mochila y botas es precisamente lo contrario de lo que necesita España, que ya ha tenido bastante de perder el tiempo mirando árboles y se tiene que poner de una puñetera vez a trabajar.

Salvador Sostres, España después de Labordeta

Los 1334 comentarios que ha suscitado en las últimas veinticuatro horas explican muy bien y de muchas maneras lo equivocado de estas digresiones. Pero creo que, precisamente por eso, el texto acierta.

Me explicaré. Según nos cuenta Buñuel, ya en 1955 André Breton se lamentaba de que por entonces el escándalo no fuera posible. Él y su grupo de surrealistas habían aterrorizado a la sociedad francesa unas décadas antes, atacando despiadada y humorísticamente a las bases de la moral burguesa. En los actos surrealistas no había explicación ni nada que comprender, más allá que el propio impacto ante la ofensa a ciertas convenciones sociales o a los grupos detentores de poder. Por ejemplo, Buñuel nos cuenta cómo le impresionó la fotografía del poeta Benjamín Péret insultando a un cura, o la encuesta sobre sexo -«¿Dónde prefiere hacer el amor? ¿Con quién? ¿Cómo se masturba usted?»-  aparecidas en La Révolution surréaliste (¡en 1929!). También nos habla de un fallido intento de organizar un concurso de menstruaciones, o la «hermosa carta de insultos» que dos poetas surrealistas envían al número uno de una academia militar. Actos descabellados, de irracionalidad encauzada, que causaban escándalo en mayor o menor grado y que traían consecuencias usualmente nefastas para quien los perpetraba. Valga el ejemplo de esos dos últimos poetas, los de la carta: uno tuvo que pedir perdón de rodillas ante los alumnos de la academia, y el otro tuvo que huir de Francia.

Como ellos, este articulista ha conseguido escandalizar a la sociedad entera. Ello, a pesar de la repugnancia inicial que producen sus palabras, da que pensar. ¿Está consiguiendo en 2010 lo que Breton se lamentaba no poder conseguir en 1955? ¿Está el columnista  intentando socavar las bases de nuestra sociedad?

Buscando las respuestas en el artículo, observamos que el grueso de las ideas que lanza son puramente arbitrarias: «Hay que (…) abolir el campo y crear más y más ciudades», «no hay nada tan peligroso para la salud pública como los productos que vienen ‘directamente de la granja'», etc. El escritor no cree tales cosas, y las lanza como podría haber lanzado a su perro por la ventana en base a que el deseo de acariciarle no le permitía trabajar. Tal vez, si hay algo de cordura en el texto, nos esté urgiendo a cuestionar la muy española manía persecutoria-constructora, lo cual sería muy elocuente y revelador.

Pero no lo creo así. El artículo contiene otras declaraciones igual de descabelladas, pero que parecen sentidas, en particular las referentes al comunismo y la la efímera fama de Labordeta. Asociar «millones de muertes» a Labordeta no solo carece de sentido sino que es es una ofensa a un hombre de bien; proclamar lo efímero de su nombre es estúpido en unos días en los que se reclama el «Canto a la Libertad» como himno de Aragón. Al entrever el alma del autor en tales afirmaciones uno duda de si el resto también es igual de sentido, con lo cual nos encontraríamos, simple y llanamente, ante un auténtico majadero.

Sea como fuere, no cabe duda que Sostres ha querido escandalizar, y lo ha conseguido. Para tal propósito ha usado un arma surrealista, pero se le ha olvidado ponerle la mirilla. El problema es la ocasión escogida: la muerte de un «buen hombre», como él mismo define a Labordeta. El error es no haber aprovechado lo bonito para retratarlo, sino partir de ello para dibujar los más terribles garabatos. Hay algo turbio, perverso y malévolo en eso.

El surrealismo atacó verdades creídas como esenciales -de ahí el escándalo-, pero que estaban circunscritas a un lugar y tiempo concretos: Dios y la religión, la decencia, la ostentación aristócrata, etc. Desmitificadas tales «verdades», Breton se lamentaba que atacarlas ya no fuera escandaloso. Nuestro caso es similar, con la diferencia de que las verdades que ataca Sostres son universales, por ser comunes a cualquier época y ser vivo: el bien, la naturaleza como fuente de vida. Sostengo que todo es atacable desde un punto de vista imaginario, si ello nos brinda nuevas ideas o reflexiones. Pero, ¿qué idea o ideas subyacen a los ataques del artículo? ¿Qué pretende transmitir el autor dirigiéndonos hacia la destrucción del campo, o asociando a Labordeta con millones de muertes? No logro encontrar una respuesta, y ese vacío apunta de nuevo hacia una majadería pueril. Majadería que se agrava por aparecer en El Mundo. Semejantes desvaríos no tienen razón de estar en un diario serio que promueve un debate racional y respetuoso.

En resumen, Sostres ha caído en uno de los mayores vicios del ser humano: explotar los usos más bajos y ruines de nuestros dones. Einstein regaló la teoría de la relatividad al mundo y el mundo la utilizó para construir bombas atómicas. Breton regaló el surrealismo al mundo y El Mundo lo ha utilizado para destruir sin construir nada a cambio.

Y, como buen acto surrealista, no se puede quedar sin castigo. Dalí escupió sobre el retrato de su madre y le echaron de casa. Sostres ha escupido en la bondad y en la naturaleza de forma gratuita. Pidamos una reparación pública, exijamos su salida de El Mundo y, ya puestos a ser surrealistas, echemos a El Mundo del mundo.

La libertad de expresión, como tantas otras libertades, es más castigo que bendición cuando cae en manos de seres ruines.

septiembre 21, 2010 at 11:26 pm 14 comentarios

Felicidades, Luisito

luis-bunuel-1907

La familia al completo – por lo menos, diez personas- íbamos todos los días a La Torre en dos jardineras. Aquellas carretadas de chiquillería alegre se cruzaban con frecuencia con niños desnutridos y harapientos que recogían en un capazo estiércol con el que su padre abonaría el huerto. Imágenes de penuria que, al parecer, nos dejaban totalmente indiferentes.

A menudo cenábamos opíparamente en el jardín de La Torre a la luz tenue de varias lámparas de acetileno, y regresábamos de noche cerrada. Vida ociosa y sin complicaciones. Si yo hubiera sido uno de aquellos que regaban la tierra con sudor y recogían estiércol, ¿cuáles serían hoy mis recuerdos de aquel tiempo?

Luis Buñuel, Mi último suspiro, 1.982

febrero 22, 2009 at 10:58 am 2 comentarios

Dos hombres unidos por un mismo timbre

Ontañón, dibujante muy conocido, me comunicó un día la detención de Sáenz de Heredia, director que había trabajado para mí en el rodaje de La hija de Juán Simón¿Quién me quiere a mí? Sáenz dormía en un banco público, por miedo a entrar en su casa. En efecto, era primo carnal de Primo de Rivera, el fundador de la Falange. Detenido, pese a sus precauciones, por un grupo de socialistas de izquierdas, se hallaba en constante peligro de ser ejecutado por causa de su fatal parentesco.

Me dirigí inmediatamente al estudio de Rotpence, que conocía bien. Los obreros y empleados del estudio habían formado, al igual que en muchas empresas, un consejo de estudio, y se encontraban celebrando una reunión. Pregunté a los representantes de las diversas categorías de obreros cómo se había comportado Sáenz de Heredia, bien conocido por todos. «¡Muy bien! —me respondieron—. No hay nada que reprocharle.»

Pedí entonces que una delegación me acompañara hasta la calle Marqués de Riscal, donde se hallaba custodiado el director de cine, y repitieran ante los socialistas lo que acababan de decir. Seis o siete hombres me siguen con fusiles; llegamos, encontramos un hombre que monta guardia con el arma negligentemente apoyada en la jamba. Adoptando una voz lo más ronca posible, le pregunto dónde está el responsable. Aparece éste. Resulta que había cenado con él la noche anterior. Es un teniente tuerto, chusquero. Me reconoce.

— Hombre, Buñuel, ¿qué quieres?

Se lo digo. Añadí que no podíamos matar a todo el mundo, que, desde luego, conocíamos el parentesco de Sáenz con Primo de Rivera, pero que eso no me impedía decir que el director se había comportado siempre perfectamente. Los delegados del estudio dieron igualmente testimonio en favor de Sáenz, que fue liberado.

Poco después pasaría a Francia para incorporarse al bando de Franco. Terminada la guerra, reemprendió su profesión de cineasta e, incluso, realizó una película en honor del Caudillo, Franco, ese hombre. Una vez, en el festival de Cannes, en los años cincuenta, almorzamos juntos y hablamos largamente del pasado.

Luis Buñuel, Mi último suspiro, 1.982

Gracias, querido N a c o

enero 27, 2009 at 5:05 pm 4 comentarios


El autor

Anónimo García

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