Barcelona

junio 8, 2014 at 12:56 pm Deja un comentario

Los hombres viven de tal manera porque de tal manera nacieron

Habiendo de parapetarme en las costumbres, la primera idea que me ocurre es que el hábito de vivir en ellas y la repetición diaria de las escenas de nuestra sociedad, nos impiden pararnos solamente a considerarlas, y casi siempre nos hacen mirar como naturales cosas que en mi sentir no debieran parecérnoslo tanto. Las tres cuartas partes de los hombres viven de tal o cual manera porque de tal o cual manera nacieron y crecieron; no es una gran razón: pero ésta es la dificultad que hay para hacer reformas: he aquí las leyes difícilmente pueden ser otra cosa que el índice reglamentario y obligatorio de las costumbres: he aquí por qué caducan multitud de leyes que no se derogan: he aquí la clave de lo mucho que cuesta hacer libre por las leyes a un pueblo esclavo por sus costumbres.


¡Un ser que como el hombre no puede vivir sin matar, tiene la osadía, la incomprensible vanidad de presumirse perfecto!

Mariano de Larra, Un reo de muerte, 1.835

enero 11, 2014 at 6:26 pm Deja un comentario

Dinero

Ignacio GonzálezNo hablemos de la aristocracia del dinero, porque si alguna hay falta de fundamento es ésta: la que se funda en la riqueza, que todos pueden tener; en el oro, de que solemos ver henchidos los bolsillos de éste o de aquél alternativamente, y no siempre de los hombres de más mérito; en el dinero, que se adquiere muchas veces por medios ilícitos, y que la fortuna reparte a ciegas sobre sus favoritos de capricho.

Mariano de Larra: Don Timoteo o el literato, 1.933

enero 3, 2014 at 9:21 am Deja un comentario

Como en España ni hablar

Es tal su patriotismo, que dará todas las lindezas del extranjero por un dedo de su país. Esta ceguedad le hace adoptar todas las responsabilidades de tan inconsiderado cariño; de paso que defiende que no hay vinos como los españoles, en lo cual bien puede de tener razón, defiende que no hay educación como la española, en lo cual bien pudiera no tenerla; a trueque de defender que el cielo de Madrid es purísimo, defenderá que nuestras manolas son las más encantadoras de todas las mujeres: es un hombre, en fin, que vive de exclusivas, a quien le sucede poco más o menos lo que a una parienta mía, que se muere por las jorobas sólo porque tuvo un querido que llevaba una excrecencia bastante visible sobre entrambos omóplatos.

Mariano José de Larra: El castellano viejo, 1.832

Marca España

diciembre 26, 2013 at 2:21 am Deja un comentario

Cada siglo tiene sus verdades, como cada hombre tiene su cara

Mariano José de LarraMi hermana había recibido aquella educación que se daba en España no hace ningún siglo: es decir, que en casa se rezaba diariamente el rosario, se leía la vida del santo, se oía misa todos los días, se trabajaba los de labor, se paseaba las tardes de los de guardar, se velaba hasta las diez, se estrenaba vestido el domingo de Ramos, y andaba siempre señor padre, que entonces no se llamaba «papá», con la mano más besada que reliquia vieja, y registrando los rincones de la casa, temeroso de que las muchachas, ayudadas de su cuyo, hubiesen a las manos algún libro de los prohibidos, ni  menos aquellas novelas que, como solía decir, a pretexto de inclinar a la virtud, enseñan desnudo el vicio. No diremos que esta educación fuese mejor ni peor que la del día, sólo sabemos que vinieron los franceses, y como aquella buena o mala educación no estribaba en mi hermana en principios ciertos, sino en la rutina y en la opresión doméstica de aquellos terribles padres del siglo pasado, no fue necesaria mucha comunicación con algunos oficiales de la guardia imperial para echar de ver que si aquel modo de vivir era sencillo y arreglado, no era sin embargo el más divertido. ¿Qué motivo habrá, efectivamente, que nos persuada que debemos en esta corta vida pasarlo mal, pudiendo pasarlo mejor? Aficionose mi hermana de las costumbres francesas, y ya no fue el pan pan, ni el vino vino: casose, y siguiendo en la famosa jornada de Vitoria la suerte del tuerto Pepe Botellas, que tenía dos ojos muy hermosos y nunca bebía vino, emigró a Francia.

Excusado es decir que adoptó mi hermana las ideas del siglo; pero como esta segunda educación tenía tan malos cimientos como la primera, y como quiera que esta débil humanidad nunca supo detenerse en el justo medio, pasó del Año Cristiano a Pigault Lebrun, y se dejó de misas y devociones, sin saber más ahora por qué las dejaba que antes por qué las tenía. Dijo que su muchacho se había de educar como convenía; que podría leer sin orden ni método cuanto libro le viniese a las manos, y qué sé yo qué más cosas decía de la ignorancia y del fanatismo, de las luces y de la ilustración, añadiendo que la religión era un convenio social en que sólo los tontos entraban de buena fe, y del cual el muchacho no necesitaba para mantenerse bueno; que «padre» y «madre» eran cosa de brutos, y que a «papá» y «mamá» se les debía tratar de tú, porque no hay amistad que iguale a la que une a los padres con los hijos: verdades todas que respeto tanto o más que las del siglo pasado, porque cada siglo tiene sus verdades, como cada hombre tiene su cara.


Hasta ahora, una masa que no es ciertamente la más numerosa, quiere marchar a la par de las más adelantadas de los países civilizados; pero esta masa que marcha de esta manera no ha seguido los mismos pasos que sus maestros; sin robustez, sin aliento suficiente para poder seguir la marcha rápida de los países civilizados, se detiene hijadeando, y se atrasa continuamente; da de cuando en cuando una carrera para igualarse de nuevo, caminando a brincos como haría quien saltase con los pies trabados, y semejante a un mal taquígrafo, que no pudiendo seguir la viva voz, deja en el papel inmensas lagunas, y no alcanza ni escribe nunca más que la última palabra.

Deje, pues, esta masa la loca pretensión de ir a la par con quien tantas ventajas le lleva; empiécese por el principio: educación, instrucción. Sobre estas grandes y sólidas bases se ha de levantar el edificio. Marche esa otra masa, esa inmensa mayoría que se sentó hace tres siglos; deténgase para dirigirla la arrogante minoría, a quien engaña su corazón y sus grandes deseos, y entonces habrá alguna remota vislumbre de esperanza.

Entretanto, nuestra misión es bien peligrosa: los que pretenden marchar adelante, y la echan de ilustrados, nos llamarán acaso del orden del apagador, a que nos gloriamos de no pertenecer, y los contrarios no estarán tampoco muy satisfechos de nosotros. Éstos son los inconvenientes que tiene que arrostrar quien piensa marchar igualmente distante de los dos extremos: allí está la razón; allí la verdad; pero allí el peligro.

Mariano José de Larra: El casarse pronto y mal, 1.832

diciembre 26, 2013 at 1:37 am Deja un comentario

Mal de muchos, fuerza de todos

El pecado individual puede pasar por virtud colectiva.  Cuando el individuo ve su defecto reflejado en otros mil individuos,  repetido en todos los benevolentes espejos de la sociedad, olvida que es suyo y olvida que es defecto. La debilidad personal se ha convertido así en fuerza social.

Francisco Umbral: Larra, anatomía de un dandy, 1.965

Londres, 2.008

diciembre 25, 2013 at 5:45 pm Deja un comentario

El público

Y escribo en mi libro: «El público oye misa, el público coquetea (permítaseme la expresión mientras no tengamos otra mejor), el público hace visitas, la mayor parte inútiles, recorriendo casas, adonde va sin objeto, de donde sale sin motivo, donde por lo regular ni es esperado antes de ir, ni es echado de menos después de salir; y el público en consecuencia (sea dicho con perdón suyo) pierde el tiempo, y se ocupa en futesas»: idea que confirmo al pasar por la Puerta del Sol.

Mariano de Larra: ¿Quién es el público y dónde se le encuentra?, 1.832

Preciados desde la Puerta del Sol, 2.008 Calle Preciados desde la Puerta del Sol, 2.008

diciembre 25, 2013 at 4:45 pm Deja un comentario

Los aragoneses

Para Ford, que estuvo en España entre 1830 y 1833, los aragoneses son «tan duros de cabeza, corazón y vísceras como las rocas de los Pirineos, mientras que para prejuicios tozudos y graníticos no hay lugar como Zaragoza». Admira en ellos, no obstante, «una cierta sencillez espartana». «Tipos estupendos» le parecen, en resumen, «llenos de vigor, activos, bélicos, valientes y con aguante hasta el final».

Ford creyó percibir que los aragoneses estaban siempre quejándose. Añoraban sobre todo, le decían, sus perdidos derechos tradicionales.

Ian Gibson: Luis Buñuel, la forja de un cineasta universal (2.013)
Citando a Richard Ford: A Handbook for Travellers in Spain and Readers at Home (1.845)

2009-06-13 Zaragoza (6)
Zaragoza, 2.009

noviembre 7, 2013 at 12:05 pm Deja un comentario

Belleza

Cuando ves un edificio viejo o un puente oxidado estás presenciando el trabajo conjunto del hombre y la naturaleza. Si pintas el edificio, pierde toda la magia. Pero si le permitimos envejecer, la naturaleza se suma al trabajo de construcción del hombre: el resultado es orgánico.
Sin embargo, con frecuencia si siquiera nos planteamos que eso suceda. Sólo se les ocurre a los escenógrafos.

David Lynch: Atrapa el pez dorado, 2.006

Budapest, 2.012

Budapest, 2.012

noviembre 1, 2013 at 9:49 am Deja un comentario

Larga vida a Europa

Reyes y emperadores tuvieron un mismo delirio durante milenios: dominar Europa. En tamaña empresa fueron pioneros los omnipresentes romanos, modelo de todos los siguientes. Así, tal era el afán de imitación de Carlomagno, el primero de sus seguidores,  que en el s. XIII llamó a sus conquistas “Sacro Imperio Romano Germánico” sin ni siquiera contar entre ellas con la ciudad de Roma.

Más fácil se le presentaron las cosas a Carlos I de España en el s. XVI, que no tuvo que conquistar nada para tener su propio imperio. Simplemente lo heredó: el Sacro Imperio Romano Germánico de su padre y el recién estrenado imperio Español de su madre. Ante semejante dominio, la pompa y la fanfarronería de cada rey que le sucedió era mayor que la del anterior. Pero también lo eran sus ineptitudes y barrabasadas, de modo que las posesiones disminuían continuamente. El escritor Francisco de Quevedo no pudo menos que comparar al rey de turno con un agujero: “más grande es cuanta más tierra le quitan”.

Napoleón fue el siguiente de la lista, en el s. XIX. También siguió el modelo romano: como ya hiciera Augusto César, convirtió a su república en imperio. Entre las naciones que conquistó y las que le adulaban se hizo con casi todo el continente, pero finalmente el sudor inglés, el frío ruso y la testarudez española le pararon los pies.

Y después vino Hitler, ya en el s. XX, engullendo país tras país. Los que iban quedando no se atrevían a ponerle el cascabel al gato, y miraban al techo como si la cosa no fuese con ellos. Pero cuando ya solo había tres países libres en el continente, hicieron de tripas corazón y unieron fuerzas para desvanecer los sueños del último gran emperador europeo.

Cuando lo hicieron, Europa ya estaba exhausta. Sus históricas ciudades estaban arrasadas, sus habitantes muertos o despojados, sus países arruinados. No podíamos seguir tratando así a nuestro viejo continente, pero tampoco podíamos abandonar nuestro empeño de dominarlo. De modo que probamos una nueva fórmula: maniatarnos entre nosotros. De un pacto económico inicial entre seis países en 1951 surgió un pacto político al que cada vez se sumaron más y más naciones, hasta llegar a la presente Europa de los 27.

Todo un acierto, cuyo éxito radica en algo mucho más simple y profundo que la unión política y económica: la convicencia. Ahora, por primera vez, el europeo de a pie tiene al alcance de su mano el continente entero. A nadie sorprende ya ver a ingleses y alemanes codo con codo en Alicante comparando afablemente sus respectivas cervezas. Ya no quieren invadirse unos a otros. Ahora, de verdad, Europa está unida.

Larga vida a Europa.

octubre 12, 2012 at 12:56 pm 2 comentarios

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El autor

Anónimo García

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